. Brasilia
[Oscar Niemeyer, arquitecte urbanista]
Trató de hacer carne el verbo de Le Corbusier cuando tuvo la oportunidad. Lo contrataron para crear desde la nada, en un vacío desértico no agobiado por el peso de la historia, una nueva capital a la altura de la inmensidad, la grandeza, los incontables recursos no aprovechados y las ilimitadas ambiciones de Brasil. Esa capital, Brasilia, era el paraíso del arquitecto modernista: por fin se presentaba la oportunidad anhelada de dar rienda suelta a la fantasía arquitectónica, libre de restricciones o limitaciones, tanto materiales como sentimentales.
En una meseta hasta entonces desierta del Brasil central uno podía forjar a voluntad a los residentes de la ciudad futura, preocupado solamente por la lealtad a la lógica y la estética; sin comprometer ni, menos aún, sacrificar la pureza de los principios a las circunstancias, improcedentes pero obstinadas, de tiempo y lugar. Podía calcular precisa y anticipadamente las "necesidades de la unidad", aún tácitas y rudimentarias; podía forjar sin trabas a los habitantes aún inexistentes y, por lo tanto, mudos y políticamente impotentes, de la futura ciudad. A ellos se los consideraba como un conjunto científicamente definido y cuidadosamente medido de unidades de necesidad respiratoria, térmica y de iluminación.
Para los experimentadores más interesados por una tarea bien realizada que por sus efectos en los beneficiarios de sus acciones, Brasilia era un inmenso laboratorio, generosamente subsidiado, en el cual se podían mezclar los ingredientes de la lógica y la estética en proporciones variables, observar sus reacciones en un medio incontaminado y elegir el compuesto más agradable. Como sugerían los postulados del modernismo arquitectónico corbusierano, en Brasilia uno podía diseñar un espacio hecho a medida del hombre (o, para ser más precisos, de todo lo que es mesurable en el hombre), es decir, un espacio del cual el accidente y la sorpresa quedaban desterrados para siempre. Sin embargo, para sus residentes Brasilia resultó ser una pesadilla. Sus infelices víctimas acuñaron rápidamente el concepto de "brasilitis", un nuevo síndrome patológico del cual la ciudad es el prototipo y el epicentro más famso hasta la fecha. Se estableció por consenso que sus síntomas más conspicuos son la falta de multitudes y aglomeraciones, las esquinas desiertas, los espacios anónimos, los seres humanos sin rostro y la monotonía embrutecedora de un ambiente desprovisto de cualquier elemento que pueda provocar desconcierto, perplejidad o emoción. El plan general de Brasilia eliminaba los encuentros casuales de todos los lugares -salvo unos pocos, diseñados para las reuniones con fines preestablecidos-. Según el chiste corriente, concertar un encuentro en el único "foro" previsto, la inmensa "Plaza de las Tres Fuerzas", era como concertar una cita en el desierto de Gobi.
Tal vez Brasilia era un espacio perfectamente estructurado para recibir homúnculos, nacidos y criados en probetas de laboratorio; para criaturas creadas con retazos de tareas administrativas y definiciones legales. Sin duda (al menos en su intención), era un espacio perfectamente transparente para los encargados de tareas administrativas y los que determinaban el contenido de éstas. Reconocemos que podía serlo también para residentes ideales, imaginarios, que identificaran la felicidad con la vida sin problemas porque no contenía la menor situación ambivalente, necesidad de elegir, amenaza de riesgo ni posibilidad de aventura. Para los demás resultó ser un lugar despojado de todo factor humano: de todo lo que da sentido a la vida y la hace digna de ser vivida.
Pocos urbanistas consumidos por la pasión modernizadora pudieron disponer de un campo de acción tan vasto como el encomendado a la imaginación de Niemeyer. La mayoría tuvo que limitar sus fantasías (aunque no sus ambiciones) a los experimentos en pequeña escala dentro del espacio urbano: enderezar o cercar aquí y allá el caos irresponsable y satisfecho de si de la vida en la ciudad, corregir tal o cual error o omisión de la historia, introducir un nicho resguardado de orden en el universo del azar, pero siempre con consecuencias limitadas, en modo alguno exhaustivas y en gran medida imprevisibles.

Zygmunt Bauman
Extracte del llibre "Globalización, consecuencias humanas"
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